La comunión suele ser contemplada en relaciones: Dios, familiares y amigos. Estar coligados en un mismo sentir, acción o pensamiento es una tarea humana. Este tipo de experiencia alienta al desarrollo de la capacidad de estar cerca. Aunque no siempre se logra construir la comunión con otras personas.
El alma, esencia de vida, ligada al yo del ser humano, envuelve a la vida emocional, la maduración interna, la voluntad, también requiere estar vinculada. ¿Cuan fácil o difícil pudiera resultar la comunión con la propia alma? ¿Es tarea habitual en nosotros, los seres humanos, ocuparnos de estar en comunión con nuestra alma?
Cuando David alaba a Dios, le confiere conocimiento al alma, le asigna memoria, vida y plenitud. ¡Cuan trascendente es el alma! ¡Cuan importante en la vida! El alma se envuelve en afanes, fatigas, tristezas, inconductas, caídas, éxitos y anhelos. Estas acciones, propias del alma, pueden contribuir para que el alma olvide. El olvido es una realidad común y frecuente del ser humano. Las personas solemos olvidar las atenciones recibidas, los aportes en momentos de crisis, el acompañamiento en tiempos de dolor.
¿Sera necesario recordarle al alma lo que debe hacer en su relación con Dios? Parece que sí. Invitar al alma para que bendiga a Dios, que tenga presente lo que ha recibido, que reconozca el rol perdonador de Él, su capacidad para sanar, salvar, su reconocimiento frente a lo bien hecho, es bueno.
Es un recordatorio para ser aplicado por aquellas personas, que desean estar en comunión con su alma. El alma saldrá beneficiada, y la persona también.