La guerra es un monstruo grande, dice una canción y es una cruda realidad que viven millones de seres humanos en carne propia. Pero si hay una analogía precisa para definir la vida cristiana es, sin duda, un conflicto bélico.
Entre los símbolos que la Biblia contiene para ilustrar la persona del cristiano, está el concepto del soldado. Pablo le dice a Timoteo, refiriéndose a las luchas y esfuerzos que hay que asumir en el camino de la fe: “Tú, pues, sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo.”
En la carta a los Efesios, Pablo insta a los creyentes a fortalecerse en el Señor y en el poder de su fuerza, vistiéndose de toda la armadura de Dios para estar firmes al batallar, no contra otros seres humanos, sino contra fuerzas espirituales que combaten contra el alma. El poder del maligno es el más fuerte del universo después del poder de Dios. Pero aun así los creyentes pueden resistirlo y derrotarlo con las fuerzas de Dios.
10 Por lo demás, fortaleceos en el Señor y en el poder de su fuerza. 11 Revestíos contoda la armadura de Dios para que podáis estar firmes contra las insidias del diablo.12 Porque nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales. Efesios 6:10-12 (LBLA)
Lo que se detalla a partir de entonces, es el conjunto de elementos que componían la indumentaria de protección y ofensiva de un soldado de la época: La coraza de la Justicia, el calzado del evangelio de la paz, el escudo de la fe, el Yelmo de la salvación y la Espada del Espíritu.
Finalmente Pablo menciona la oración no como arma, sino como la estrategia de guerra que nos reviste de valor y denuedo para batallar y vencer.
Como dice el clásico himno, pues: ¡Firmes y adelante, huestes de la fe, sin temor alguno que Jesús nos ve!
Georgina Thompson. República Dominicana