Este hombre joven contaba con apenas 35 años de edad, salía a caminar siempre con la disciplina que se requiere para mantener no solo la salud sino también “la forma”. Quienes lo observaban reconocían en el esa conducta de perseverancia exhibida diariamente.
Sin embargo pocos conocían el secreto que guardaba bajo su camiseta deportiva manteniéndolo con una pena profunda la cual disimulaba con su “pasión “por el ejercicio. Pablo había sido operado de corazón abierto hacía unos cinco años y la cicatriz en su pecho se lo recordaba todo el tiempo.
Conectarnos con la realidad de Pablo, nos puede permitir ver que tan congruente somos cuando afirmamos que al estar en Cristo nos convertimos en nuevas personas y que lo viejo ha pasado. ¿No es cierto que muchas veces vivimos mas en contacto con lo que éramos sin Cristo que con lo que somos en El? ¿No es cierto que con frecuencia la cicatriz que ha dejado el pecado y la vida sin sentido nos pone en contacto con nuestras limitaciones, incapacidades y debilidades, reduciendo el poder espiritual en nuestras vidas?
Si estamos en Cristo, somos nuevas criaturas, hemos sido creados de nuevo en Cristo, lo que significa que tenemos una nueva mente, una nueva manera de relacionarnos, una nueva manera de enfrentar el dolor, una nueva manera de soñar, una nueva manera de alegrarnos, una nueva manera de vivir. La cicatriz cumple la función de recordarnos de dónde venimos, no de donde estamos; para que glorifiquemos a Dios cada día por el milagro obrado en nosotros.