Cada año, los países tropicales son azotados por los fenómenos atmosféricos que ocurren en los seis meses de temporada ciclónica. Reciben castigos de vientos, lluvias, tempestades, vaguadas, huracanes y tempestades eléctricas. Estos disturbios causan crecidas de los ríos, inundaciones, rotura de carreteras y puentes, daños al agro y a la ganadería, además de personas muertas y desaparecidas.
En otros tiempos, los huracanes eran nombrados por algún acontecimiento que sucediera o con el nombre del santo que trajera el almanaque religioso. A partir de 1953 es cuando empiezan a conocerse con nombres de mujer, y desde 1979 llevan alternados nombres masculinos y femeninos.
La República Dominicana ha sido castigada por numerosos huracanes. Pero tres han sido particularmente destructivos: en 1930, el huracán de San Zenón casi destruyó la capital de la República. En 1979, sufrimos el huracán David, que llegó acompañado de la tormenta Federico. En 1998, nos azotó el huracán Georges. Los tres causaron pérdidas materiales calculadas en millones de dólares y miles de personas muertas y desaparecidas.
El les respondió, “¿por qué teméis, hombres de poca fe?”
San Mateo nos narra el episodio de una tempestad en alta mar, tan poderosa que la embarcación era cubierta por las olas. Los discípulos de Jesús estaban llenos de temor. Corren hacia el Maestro que plácidamente dormía. Le despertaron gritando, “! Señor, sálvanos que perecemos!”. El les respondió, “¿por qué teméis, hombres de poca fe?” Jesús se levantó, reprendió los vientos y el mar, sobreviniendo una gran calma. Los discípulos quedaron maravillados del milagro que habían presenciado.
Debemos estar firmes en nuestra fe en Jesucristo, aunque vengan tormentas y huracanes a nuestras vidas como cristianos. No debemos atemorizarnos, pues El nos infunde valor y disipa el temor.