Aunque ande en valle de sombra de muerte, No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; Tu vara y tu cayado me infundirán aliento. Salmos 23:4
En mayo del 2005 estuve acompañando a mi madre al hospital oncológico por orden de la doctora que le atendía en ese entonces. Al escuchar la declaración diagnostica: “Linfoma Linfático” (Cáncer), muchas interrogantes pasaban por mi mente, pero no me quedaba otra alternativa que prepararme para dar la noticia a los demás miembros de la familia sobre lo que teníamos que enfrentar. Estaba destrozada ante tal noticia.
Uno de aquellos días en que me sentía desanimada y turbada, tal vez, por la impotencia ante todos los comentarios en contra del proceso, al que ella estaba siendo sometida, Me repetía una y otra vez las palabras de este salmo: “ no temeré”. Mi familia no podía entender cuan tranquila me encontraba y les decía que solo Dios da paz en medio de aquellas circunstancias.
En medio de esta prueba agradecimos a Dios su fortaleza, fidelidad y paciencia para esperar en su voluntad. Una de las ventajas, tuvo que ver con mi familia: ¡cuan fuerte se hizo nuestro vínculo familiar! Hoy mi madre vive por la gracia y misericordia de Dios, ha superado la enfermedad y nueve años después del diagnóstico pudimos vencer esos vientos fuertes de cirugías, quimioterapias, estudios, biopsias y demás. Ese gran pastor nos hizo descansar, nos guió y nos prometió por medio de su palabra que iba a estar con nosotros hasta el final de nuestros días y creímos en esa promesa.
Cualquiera que sea tu prueba o tu aflicción mantente unido a su mano, refúgiate en El y no dudes de que Jesús es el verdadero pastor. Si tu confianza esta en Dios, no temas.